¡Qué cabeza la mía!

En una película, dirigida y protagonizado por Woody Allen, está punto de golpearse en la cabeza, y exclama: “¡Uy, he estado a punto de hacerle daño a mi segundo órgano más importante!”.

Sí, casi todos los espectadores se ríen, pero incluso entre ellos puede que haya algunos a los que la frase no les parezca humorística, sino obvia.

Hace diez años, la Federación Mundial de Neurología propuso que cada 22 de julio se celebrara el Día Mundial del Cerebro, y así se viene haciendo.

Lo primero que se me ocurre es que nadie se queja de su cerebro. Nos preocupamos, si sentimos arritmias, si la evacuación no es diaria, si oímos mal, si sentimos apnea, si no vemos los objetos con la misma claridad… y docenas de alarmas que empaquetamos con el consabido etcétera. Pero es raro que alguien manifieste estar molesto porque su cerebro tarda en deducir, o sienta el impulso de mejorarlo. Solemos mejorar el perfil de la nariz, el grosor de las glándulas mamarias, el arrugamiento de la piel, la acumulación de grasas, el exceso de alcohol, pero es raro encontrase con un amigo, o con un vecino, que no se lleve bien con su cerebro o se queje de que le falla.

Estoy seguro de que no tiene razón Woody Allen, pero hay muchas más ofertas para solucionar la disfunción eréctil o la anorgasmia, que para mejorar el funcionamiento de nuestras neuronas.

No obstante, desde hace millones de años, cuando el ser humano siente ruido estruendoso, un derrumbe o un peligro inminente, lo primero que hace es protegerse la cabeza con las manos. Y no creo que, en esa situación, las manos de Woody fueran a otra zona con menos pelo y mucho más blanda.

---