Por Peter BABEL
20 de enero de 2025Me estoy haciendo viejo. El síntoma es que empiezo a recordar un tiempo no tan lejano, en el que comprar tomate o yogur era una operación sencilla. Ya no. Un yogur, simple y natural, comienza a ser una rareza, y los tomates vienen a ser como los tornillos, que los hay de dos docenas de clases diferentes. Pides con ingenuidad que quieres un kilo de tomate, y es algo así como pedir un billete de avión sin decir el destino. El verdulero te observa con desprecio y tre explica, con el aburrimiento con que a un ignorante se le deben repetir las cosas, si quieres kumato, raf, redondo, corazón de buey, de pera… Es tan abrumador que piensas que ha sido una mala idea ir a comprar tomate, y que sería mucho más sencillo pedir una endivias.
Pero, claro, las endivias no tienen licopeno, y yo voy a por el licopeno, que es bueno para luchar contra el colesterol, como todos los frutos de color rojo, tal que la sandía.
Por fin, logré comprar un tomate común de los de toda la vida, y pasé una semana tomando ensaladas de tomate casi todos los días.
Me encuentro con el doctor Pedro Gargantilla, y le cuento que estoy satisfecho de luchar contra el colesterol gracias al tomate. Y me dice que está muy bien, pero que el licopeno que contiene un tomate no es mucho.
Me ha hundido. Voy a tener que esperar al verano, que es cuando se pueden comprar con facilidad las sandías.
Sigo con la ensalada de tomate, pero voy a tener volver a ir a la compra y siento mucha inseguridad.