Por Pedro Martínez
7 de marzo de 2025Un hombre con parálisis, diagnosticada a consecuencia de un derrame cerebral, ha conseguido mover, agarrar y soltar objetos mediante un brazo robótico gracias al envío de señales desde su cerebro a un ordenador, lo que significa que el paciente realizó todas esas acciones simplemente pensado en él mismo realizando estos movimientos.
El proyecto, liderado por la Universidad de California (San Francisco Estados Unidos), ha consistido en el desarrollo de un dispositivo, conocido como interfaz cerebro-ordenador (BCI), que se basa en un modelo de Inteligencia Artificial (IA) capaz de ajustarse a las pequeñas variaciones que se producen en el cerebro cuando una persona repite el movimiento, en este caso imagina el movimiento, y aprende a hacerlo de una forma más refinada. Hasta ahora este tipo de dispositivos solo podían funcionar durante uno o dos días, pero, en este caso, han conseguido que funcione durante siete meses sin la necesidad de realizar ningún tipo de ajuste.
Karunesh Ganguly, neurólogo, profesor y miembro del Instituto Weill de Neurociencias de la Universidad de California asegura que, ‘‘esta combinación de aprendizaje entre humanos e IA es la siguiente fase de estas interfaces cerebro-ordenador; es lo que necesitamos para lograr una función sofisticada y similar a la de la vida real’’.
Ganguly observó cómo, en animales, los patrones de actividad cerebral representan movimientos específicos y vio que estos patrones cambiaban día a día a medida que el animal aprendía. Una vez constatado esto, Ganguly, sospechó que este mismo proceso podría estar sucediendo en los humanos y que por esta causa los dispositivos anteriores no eran capaces de reconocer estos patrones sin necesidad de reajuste.
De este modo, al paciente, que no era capaz de hablar ni de moverse a causa de la parálisis, se le implantaron unos diminutos sensores en la superficie del cerebro capaces de captar la actividad cerebral en el momento en el que él imaginaba que se movía y, para comprobar si los patrones cerebrales variaban, se le pidió al participante que imaginara que movía distintas partes de su cuerpo.
Durante dos semanas, para poder entrenar a la IA, se le pidió al paciente que realizase movimientos simples con las manos. Más tarde, intentó controlar un brazo y una mano robótica, pero los movimientos aún no eran muy precisos, por lo que Ganguly, hizo que practicara en un brazo robótico virtual que le daba retroalimentación sobre la precisión de sus visualizaciones, hasta que finalmente logró el pleno funcionamiento del brazo virtual.
Una vez dominado el virtual, el paciente comenzó a practicar con el brazo robótico real que, con unas pocas sesiones, pudo dominar cogiendo bloques, los girara y los moviera a nuevas ubicaciones; incluso pudo abrir un armario, sacar una taza y acercarla a un dispensador de agua.