Por Gema Puerto
30 de enero de 2023Malos tratos físicos o psicológicos, adicciones, separación de padres biológicos, abandono por parte de los progenitores, abusos sexuales…Solo en 2021, se estima que mil millones de niños en todo el planeta experimentaron algún tipo de violencia o de negligencia, lo que representa un riesgo importante para la salud física y mental de los menores y recorta su esperanza de vida.
Por primera vez, un estudio internacional con participación de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) aporta evidencia científica de que realizar meditación de tipo mindfulness, combinada con actividades de expresión artística y terapia psicológica para trauma, otorga beneficios en adolescentes que hayan sufrido experiencias traumáticas.
Los resultados de este trabajo, publicado en abierto en la revista Scientific Reports, demuestran que hay cambios epigenéticos (modificaciones que afectan la actividad genética sin cambiar la secuencia del ADN) en vías biológicas sensibles al trauma que se relacionan con una disminución importante de síntomas de estrés postraumático. Dado el riesgo de transmisión intergeneracional de comportamientos de maltrato y abuso, estos resultados podrían representar una vía para interrumpir ciclos intergeneracionales de sufrimiento.
"Nuestro estudio proporciona evidencia científica, por primera vez, de que este tipo de intervenciones funcionan", señala la autora principal del estudio, Perla Kaliman, profesora colaboradora de la UOC en el máster universitario de Nutrición y Salud de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, e investigadora del Centro para mentes saludables (Center for Healthy Minds). Por ese motivo, prosigue, "esperamos que nuestros resultados ayuden a promover políticas de salud públicas dirigidas a reducir el sufrimiento de los menores, así como los factores de riesgo para su salud".
Experimentar violencia o negligencia durante la infancia y la adolescencia tiene consecuencias a largo plazo. Los menores que experimentan cuatro o más eventos de este tipo (violencia física, emocional o sexual, negligencia física o emocional, o crecimiento en un hogar disfuncional con padres con enfermedades mentales, adicciones, alcoholismo, violencia, miembros de la familia encarcelados o separación de los padres biológicos), tienen mayor riesgo de desarrollar enfermedades como diabetes tipo II, cardiopatías, obesidad, cáncer, enfermedades respiratorias y mentales, además de ser más propensos al consumo de alcohol y de drogas.
Las experiencias traumáticas en la infancia, además, aumentan la susceptibilidad a sufrir mayor vulnerabilidad al estrés a tener respuestas inflamatorias y conductas de riesgo. También se ha visto que esos cambios epigenéticos aceleran el proceso de envejecimiento biológico y pueden heredarse de padres a hijos durante varias generaciones.
"Cuando una persona experimenta este nivel de experiencias adversas acumuladas, aumenta 14 veces el riesgo de suicidio, 11 veces el riesgo de consumo de drogas intravenosas, más de cuatro veces el riesgo de sufrir depresión y de tener comportamientos de riesgo, además, se relaciona con más de 40 condiciones de salud. Este tipo de experiencias son la mayor amenaza de salud pública a escala global que continúa infratratada", destaca Kaliman.
Para realizar la investigación se reclutaron 44 niñas de entre 13 y 16 años que habían padecido cuatro o más eventos adversos y que estaban viviendo en centros para menores. Dividieron a las menores en dos grupos: el primero siguió con sus actividades habituales. El segundo, en cambio, participó durante una semana en un programa de terapia desarrollado por Susana Roque López, con sesiones de 30 minutos de yoga, así como prácticas de meditación mindfulness guiadas, además de actividades de expresión artística, como baile, música, dibujo o teatro. Los dos últimos días las niñas recibieron sesiones grupales de un tipo de tratamiento psicológico llamado EMDR, de desensibilización y reprocesamiento de la experiencia traumática. Los investigadores tomaron muestras de saliva de las participantes, antes y después de la intervención, donde se aisló ADN para realizar estudios epigenéticos.
En un primer trabajo, los investigadores ya demostraron cómo seguir este programa reducía de manera sustancial el riesgo de padecer problemas de salud mental asociados al trauma. Ahora, en este estudio que acaban de publicar, han comprobado que se producen cambios epigenéticos en algunos genes implicados en los efectos del trauma, como la vulnerabilidad al estrés, las respuestas inflamatorias o la tendencia a comportamientos de riesgo. Así, los científicos hallaron cientos de cambios epigenéticos asociados a la mejora de la salud mental como respuesta al programa.