Ser un mamón es buenísimo

Yo soy un mamón, porque según me informó mi madre, estuve alimentándome de su pecho hasta los dos años. Eso pasó hace muchos lustros, pero acortar el tiempo de amamantamiento, ni es progresista, ni es moderno, ni es beneficioso para la salud del niño. No lo afirmo yo, a título particular, porque ya he confesado que soy un mamón, sino la Organización Mundial de la Salud que recuerda que la costumbre extendida de dejar de amamantar al niño a los cuatro meses no es acertada, y que debe prolongarse hasta los seis, e incluso, en combinación con otras ingestas, prologar el amamantamiento unos meses más. El amamantamiento prolongado fortalece el sistema inmune del hijo, le ayuda a dormir, protege de enfermedades infecciosas y, de adolescente o adulto, será difícil que caiga en la obesidad. Y. para la madre, le retrasa la ovulación, lo que quiere decir que dar de mamar es un eficaz anticonceptivo, y, debido a los cambios hormonales, la lactancia protege a la madre contra la diabetes, la presión arterial alta y los cánceres de mama y ovarios. Hombre, cómodo no es. Ni inclusivo. El padre puede participar, pero no tiene tetas llenas de leche. Y convertirte en un restaurante día y noche no es el sueño de una vida. Hay estudios que aseguran que los niños que mamaron más tiempo se desarrollaron más temprano sus capacidades cognoscitivas, e incluso, en Estado Unidos han llevado a cabo un estudio que llega a la conclusión de que los más mamones obtenían, de adultos, mejores nóminas. No es mi caso, pero en muchas parejas el tiempo de amamantar va acompañado de menos ingresos económicos. Los responsables son ustedes. Y si hacen caso a los argumentos de la Organización de Mundial de la Salud, es posible que no tengan el televisor de plasma más caro del edificio, ni su automóvil sea el más vistoso del barrio, pero puede que su hijo sea el más listo y el que tenga más salud. Pero él mamón no decide: decide su madre.