Una farmacéutica nada ejemplar

En este medio, desde su nacimiento, hemos defendido y alabado la labor de los farmacéuticos, uno de los eslabones imprescindibles de la cadena que protege la Sanidad. Y que, si siempre se puso de manifiesto, durante la pandemia y sus secuelas brilló con una entrega que iba mucho más allá de los deberes estrictamente profesionales, porque los farmacéuticos se convirtieron en una mezcla de consultores, consejeros y sustitutos de médicos.

Por eso mismo, llama poderosamente la atención que, mientras el sector farmacéutico intensificaba sus virtudes habituales, una farmacéutica, que ocupaba el cargo de presidente de la Comunidad Balear, haya resultado protagonista de una gestión, al menos nefasta y descuidada, a no ser que las sospechas de corrupción se confirmen, y el término “la señora” -que empleaban los comisionistas, tal como aparece en el auto- sea el apodo referido, no a otra persona, sino a Francina Armengol. Lamentaríamos que fuera así. Pero comprar mascarillas sin contrato previo, comprobar que son defectuosas, no denunciarlo durante tres años y, además, regalarles a los estafadores un certificado donde se acredita la bondad de sus productos, es toda una hazaña de la que no habría antecedentes en la profesión. Si no fue cómplice, y la engañaron, y le ocultaron información, y nadie a su alrededor se extrañara de una partida de mascarillas almacenadas por defectuosas, es suya la responsabilidad, y debería actuar contra quienes la han colocado en una situación tan incómoda y sospechosa.

Siempre hemos defendido la competencia y seriedad de los titulares de farmacia, y de cuantos en hospitales son responsables y guardianes de los fármacos. Por eso mismo, nos duele, y no debemos callarnos, una actuación lamentable que define a la protagonista, Francina Armengol, como una farmacéutica nada ejemplar.

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