Por Luis del Val
26 de marzo de 2024La muerte por tortura es algo que conocen bien los médicos forenses, porque la tortura no ha desaparecido. Y de todas las torturas conocidas la más famosa y la más terrible es la que sufrió el palestino Jesús, hijo de María y José, que se rememora en cada Semana Santa. La tortura comenzó incluso antes del prendimiento, porque en el huerto de Getsemaní se dice que sudó sangre. Algunos creen que se trataba de una exageración, pero ahora sabemos que la hematidrosis puede producirse ante una enorme presión psicológica. Quienes hemos crecido en el seno de la cultura cristiana estamos familiarizados con algunas barbaridades, como clavar las manos a la cruz, y los pies. Ahora sabemos que los romanos usaban para estas tareas clavos de una largura de 13 centímetros, de la misma manera que ya se conoce que la tanda mínima de latigazos eran 39, y que los látigos llevaban, atados al cuero, bolas de acero y trozos de huesos que desgarraban la carne. Por si fuera poco, agonizar de pie, sosteniéndose sobre los clavos que destrozaban tendones y músculos, es uno de los suplicios más terribles que existen. Desde el respeto a todos, creyentes y no creyentes, no extraña que quienes, desde otras culturas -las orientales- se acercan al cristianismo, se sientan estremecidos y asombrados del doloroso origen de la religión que abrazó Occidente.