El catarro de verano

El catarro de verano es una de esas molestias que no reciben demasiada compasión. Lo sé porque, desde mi lejana adolescencia, ó sea, hace dos siglos, todos los veranos pillo un catarro de diez días. El catarro de invierno dura cinco días o una semana, y todo el mundo es afectuoso contigo, y te dan en casa cosas calentitas, y suben el embozo de la cama para que no pases frío, y te preguntan si ponen la calefacción más alta… Vamos, el catarro de invierno es molesto, pero proporciona una solidaridad alrededor que, incluso, puedes caer en la tentación de creer que eres una buena persona. 

El catarro de verano, en cambio, a nadie le suscita lástima, te observan como si fueras un inglés extravagante, procuran apartarse de tí, porque estornudas en cuanto entras a un sitio refrigerado, y claro, como tampoco quieres pasar calor, el catarro puede estar contigo dos semanas. No se fíen del placer de la sombra y las corriente de aire, tras una sudorosa caminata. No crean que el cabello mojado se seca sin consecuencias bajo una rejilla de aire acondicionado. Y, sobre todo, ante la indiferencia que suscita a su alrededor sean familiares, amigos o conocidos, no caiga en la tentación de pensar que usted es una mala persona. Es que el catarro de verano sólo se lo toma en serio el que lo sufre. 

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